Estoy sentada contemplando la noche, escuchando el frío silencio del infinito y tratando que mi mirada traspase la oscuridad circundante.
De pronto, levanto los ojos y veo el cielo nocturno en su esplendor, coronado por una esfera de plata y rodeada por miles de diamantes resplandecientes que paulatinamente se derraman sobre el mar, iluminando con sus reflejos las olas que azotan sin piedad y sin rencor la orilla de la playa, en un monótono y eterno vaivén que sobrecoge el alma para, luego, hacerla explotar.
Tu descripción me inserta en la imagen y aquellas noches que solo en el fin del mundo se sienten.
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